20/09/2014

El tercer género o queer: el biocentrismo

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El capitalismo y el patriarcado de nuestra cultura occidental actual nos deja un esquema de género y prácticas y normas culturales muy estrechas, donde los significados que asignamos a pequeñas insignias como los adornos o los músculos definen ya de facto el género e incluso el sexo. Parece ser que en nuestra sociedad que se autoproclama «moderna y liberal», los grandes cambios en lo social, lo económico, y lo político son estrechamente limitados en tres ideas inamovibles: sólo hay dos géneros, éstos son inviolables y están determinados por los genitales. Por Una antropóloga en la luna


El término «sexo» se reserva para la descripción de la diferencia biológica y no determina necesariamente los comportamientos.

El término «género» designa lo que en cada sociedad se atribuye a cada uno de los sexos; es decir, lo que como construcción social se considera masculino o femenino.

Ésto que parece tan fácil de comprender se torna más complejo cuando a los dos términos se les impregna de cultura, que es lo que mejor sabemos hacer los humanos.

Al leer «sexo» o «género» nos viene a la cabeza «hombre/mujer» y «masculino/femenino». La verdad es que existen muchos más tipos de género que lo que nos parece «normal» en nuestra sociedad. ¡Incluso mucho más tipos de sexo.!

Existen los cromosomas XX y XY. Esta claro que para sobrevivir, tenemos que tener un cromosoma X por lo menos, que es el que otorga la mujer, porque sólo tiene X. Es el hombre el que otorga al feto su cromosoma X o Y, que es lo que decide el sexo del feto (aún cuando a las mujeres les repudian en muchas culturas por tener niñas y no niños). Pero no sólo existen estos dos casos. Se puede ser XXY, «hermafrodita». También X sólo, o XYY («super hombre»), o XXX («super mujer»).

Y no sólo estos es viable: una sola persona puede tener en distintos órganos lo que se llama «cromosomas en mosaico», un sistema con un esquema y otros sistema con otro esquema. Hay puestos intermedias desde el punto de vista cromosómico.
Ni siquiera la testosterona o los estrógenos marcan nada. Todas las personas tenemos de los dos, y cambian a lo largo de la vida.

¿Y como la cultura enfrenta todo este mosaico? Pues con un caleidoscópico método cultural.
En la «sociedad occidental» tenemos una estrechez de miras sobre este tema. Tanto es así que hasta avanzada la década de los 50, en EEUU, a las niñas que nacían con el clítoris demasiado grande, se le cortaba para «feminizarla». Los médicos entregaban a la familia, a través de la intervención quirúrgica, castrando, un hombre o mujer «normalizando». No aceptaban los casos intermedios, y se fabricaba la dualidad física sin ni siquiera pedir permiso.

maria_patino_150.gif Un caso extremo fue el de la mejor vallista española, María Patillo, que en 1988, los médicos del Comité Olímpico Internacional (COI), tras hacerle unas pruebas, le comunicaron que no era una mujer, sino un hombre. Puede que pareciera una mujer, pero los exámenes revelaron que tenía un cromosoma «Y». En consecuencia, se le prohibió competir en los Juegos Olímpicos.
Las autoridades deportivas españolas le propusieron simular una lesión, pero ella lo rechazó, y el asunto llegó a oídos de la prensa europea. La vida de Patiño se arruinó. La despojaron de sus títulos y de su licencia federativa para competir. Su novio la dejó. La echaron de la residencia atlética nacional y se le revocó la beca. La prensa nacional se divirtió mucho a su costa. Como declaró después, «Se me borró del mapa, como si los doce años que había dedicado al deporte nunca hubieran existido». Su caso, se supo después, era una condición congénita llamada «insensibilidad a los andrógenos»; lo que significaba que, aunque tuviera un cromosoma «Y», sus células no reconocían esta hormona masculinizante. Decidió plantar cara al COI, contó con el apoyo de Alison Carlson, ex tenista y bióloga de la universidad de Stanford, contraria al control de sexo, y juntas emprendieron una batalla legal, que ganaron. Ahora es profesora en Ciencias de la Educación y del Deporte, y miembro de la Comisión de Bioética del COI.

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Es decir, no es que haya dos modelos de género porque haya dos sexos. No sólo existen dos sexos. Hemos fabricado dos modelos de género y por consiguiente obligamos a las personas a tener un sexo u el otro y adecuarse en un modelo o en otro. Es el biocentrismo: las conductas de género están configuradas por lo biológico, y lo biológico lo adecuamos en una dualidad cerrada hombre-mujer. Al final, lo social influye sobre lo físico.

Un ejemplo son los transexuales, hay una presión social para transformarlos en una mujer o en un hombre para «normalizarlos» a través de la cirugía estética (lo primero que le preguntamos es «si se ha operado»). Es muy común el caso de los transexuales que viven con otro transexual, se sienten mujer y lesbianas.

¿Y cómo se enfrentan a estos casos intermedios en otras culturas?

Los navajos reconocen tres sexos físicos: hermafroditas, varones, y mujeres, y al menos tres status de género: varones, mujeres y nadle. A los nadle se les asigna esta posición sobre la base de sus genitales ambigüos, y sus parejas sexuales podían ser con mujeres u hombres. También existen falsos nadle, al que se reconoce como nadle, pero cuyos genitales no son hermafrodíticos. Así, la homosexualidad, que se define como rela­ciones entre personas del mismo sexo, no se permite. Si el del nadle es un status de tercer sexo, enton­ces el término homosexual carece de sentido.

hijra2.jpg Lo mismo ocurre con los hijra de la India. Los hijra son un tercer género reconocido, formado idealmente por varones hermafroditas impotentes que se someten a una emasculación quirúrgica ritualizada por la que se extirpan los genitales. Puede ser semejante a la del nadle en el sentido de que también proporciona oportunidades a los «falsos», a los no hermafroditas.

La forma local del mahu polinesio era un status de tercer género. Aun cuando el mahu realiza actividades laborales que se consideran tradicionalmente trabajos de mujeres, en Tahití ya no se visten de mujer. Aunque se considera que los mahu son «naturales», no tienen porqué ocupar el status de mahu durante toda su vida. Además, una persona puede tener aspecto de mahu sin serlo (como aquí diríamos que tiene «gestos femeninos»), y las relaciones sexuales con hombres se consideran una con­secuencia opcional.

Los guevedoce («˜los testículos a las doce»™, o sea arriba) en Santo Domingo, eran al nacer genitalmente ambigüos producto de las relaciones sexuales entre parien­tes próximos. Se los criaba como muchachas hasta la pubertad, cuando se producía una radical virilización debido a una deficiencia en una enzima, su identidad de género cambiaba, su conducta se hacía masculina, y tomaban mujeres como objeto sexual. El mismo fenómeno es conocido como kwolu-aatmwol entre los sambia de Papúa Nueva Guinea.

Entre los chukchee, habitantes de la costa ártica, existían unas prácticas de chamanismo, mediante las cuales se dice que hombres y mujeres podían cambiar de sexo. Había varios niveles de transformación; en el primer nivel, la persona que había de convertirse en mujer se arreglaba el pelo en forma femenina. En el segundo, se vestían con ropas femeninas. Finalmente el cuerpo se transformaba, según ellas, si no en su apariencia externa, sí al menos en sus facultades y fuerza física. Él se convertía en mujer con apariencia de hombre. Al cabo de cierto tiempo tomaba esposo. La esposa se hacía cargo de la casa. Según la leyenda, algunas llegaban a adquirir órganos de mujer.

maohi-mahu.jpg Los xanith omaníes es una opción de tercer género. El xanith no se traviste, sino que se ciñe la túnica masculina como las mujeres se ciñen su vestido. Este status de género tiene un componente económico en términos de prostitución homosexual, como un género salvavidas para hombres que pasan por una mala racha económica.Un xanith puede despojarse de su status y puede recuperar su posición de varón, incluidos el matrimonio y la familia y no padecerá estigmas negativos al reasumir su posición de varón.

Entre los indios norteamericanos, cuando el hombre no reforzaba su estatus de género con las esenciales actividades masculinas de la caza y de la guerra y se contradecía por las tareas femeninas, la nueva identidad que surgía era la de «medio hombre, medio mujer» del berdache (personaje dos-espíritus). En este caso, los genitales no son las insignias fundamen­tales del género, sino su interés y libre elección que potenciará de mejor manera su desarrollo personal.

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El primer paso de un «doble espíritu» se daba durante la infancia. En el ritual de los indios papago, si los padres notaban que su hijo no estaba demasiado interesado en los juegos de niños o en las actividades de hombres, organizaban una ceremonia para determinar cómo debían criarlo. Hacían una cerca, en cuyo centro colocaban un arco (instrumento de hombres) y una cesta (de mujeres). Se decía al niño que se metiese en el cercado y que sacase algo y, cuando entraba, se prendía fuego a la cerca. «Miraban lo que llevaba consigo al salir, y si era la cesta, se asumía que era un berdache».

El ritual de los indios mojaves era diferente: se preparaba un círculo de cantantes y se llevaba al niño al centro del círculo. Si el niño estaba llamado a seguir el camino de los dobles espíritus, empezaba a bailar como una mujer. Los mojaves decían «No puede evitarlo». Tras la cuarta canción, se proclamaba al chico persona de doble espíritu y, desde ese momento, se le criaba adecuadamente, conforme a esa condición. ¿Qué significaba «adecuadamente»? Se trataba de enseñar al muchacho a hacer los trabajos de las mujeres así como aquellos reservados a los hombres. También debía pasar tiempo con los sanadores o chamanes, que también solían ser dobles espíritus. Por encima de todo, su niñez estaba marcada por la aceptación y la comprensión.

homo4.jpg Los pokot de Kenya reconocen la existencia de dos sexos, hombres y mujeres, y de un tercer género denominado «sererr”, que no es considerado propia del macho ni de la hembra debido a su desarrollo genital incompleto. «Un sererr no puede ser una persona de verdad. Para ser un verdadero pokot hay que ser muy hábil en el sexo. O se hace bien el sexo o no se puede tener buena opinión de sí mismo y nadie pensará bien de uno.»

Los piegan septentrionales forman una cultura dispar con un acentuado rol sexual en el que los hombres son agresivos mientras que las mujeres son sumisas. Las «corazones de hombre» son mujeres «macho» caracterizadas por agresión, independencia, audacia y descaro, y sexualidad, todos ellos rasgos asociados a la conducta de rol masculino.

Entre los isleños de las Marquesas, se ha descrito a la vehine mako o mujer tiburón. La mujer tiburón se caracteriza por una sexualidad agresiva y vigorosa. El rasgo definidor de la vehine mako es que toma la iniciativa en la relación sexual heterosexual, actividad relegada al ámbito masculino/de los hom­bres.

En Filipinas hay una serie de identidades sexuales/»géneros» que incluyen bakla (tagalo), bayot (cebuano), agi (ilongo), bantut (tausug), binabae, bading. Las mujeres son llamadas lakin-on o tomboy.

Las vírgenes juradas en los balkanes son las mujeres que trabajan y visten como hombres y emplean espacios reservados para los hombres, pero no se casan.

En Etiopía meridional: ashtime de la cultura maale. En Kenia: mashoga de las áreas que hablan suahelí de la costa keniana, particularmente en Mombasa. En República Democrática del Congo: mangaiko entre los mbo.

En la población zapoteca, en Oaxaca, México, se les llama muxes (‘mushes’) a los varones travestidos que asumen roles femeninos en la comunidad. En Indonesia, en pueblos como los Bugi de Sulawesi, tienen hasta cinco géneros cumpliendo diversas funciones en la sociedad.

Todos estos ejemplos resaltan nuestra perspectiva biocéntrica occidental, cuando el sexo (los genitales, los cromosomas, el funcionamiento endocrino, y las estrategias reproductivas) son antecedentes de la conducta de género.
En nuestra sociedad, el género, las conductas culturales, las normas de lo que debería ser y lo que no… son una característica adscrita en base al sexo y la biología. No cabe otro género y menos otro sexo. Aunque en realidad, como hemos visto, no existen sexos binarios cerrados, por lo que en realidad es un «generocentrismo» ocultado.

Así mismo, pone en relieve que el capitalismo y el patriarcado de nuestra cultura occidental actual nos deja un esquema de género y prácticas y normas culturales muy estrechas, donde los significados que asignamos a pequeñas insignias como los adornos o los músculos definen ya de facto el género e incluso el sexo. Parece ser que en nuestra sociedad que se autoproclama «moderna y liberal», los grandes cambios en lo social, lo económico, y lo político son estrechamente limitados en tres ideas inamovibles: sólo hay dos géneros, éstos son inviolables y están determinados por los genitales.

Fuentes:
http://unaantropologaenlaluna.blogspot.com.es/

«Cuerpos sexuados» Anne Fausto-Sterling.
La transversalidad de género. Contexto cultural y prácticas de género. Anne Bolin.
Marvin Harris «Nuestra especie»



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