03/07/2014

¡Cartoneros, carajo!

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Al igual que los vendedores callejeros, los «chatarreros” tampoco pueden cruzar las barreras que la FIFA impone en sus fronteras. ¿Cómo es eso? Pregúntenle a Santiago, que estuvo dos días preso: «La única vez que intenté acercarme a un partido, me llevaron detenido”. Por La Garganta Poderosa.


Como salmones despistados frente a cardúmenes de turismo, eliminados en la primera ronda del capitalismo, van marcando sus pistas por fuera de los mapas mundialistas, esquivando a los personajes bizarros del Mundial, mientras intentan llenar sus carros para no pasarla tan mal.

Más o menos futboleros, los cartoneros de la Copa no tienen su ropa, ni su acreditación, porque también quedaron afuera del set de televisión, donde la FIFA elige su propia aventura, para que otros no puedan ni revolver su basura.

José debió reciclar la bronca de no poder ni espiar un partido:

Pero alterando esa realidad, sin caer en la comodidad de quedarse puteando, están los que vienen reciclando todos esos restos, miles y miles de trabajadores honestos, que además de ser brasileros, también son futboleros.

Y entonces se cruzan en debates internacionales o domésticos, en las peatonales o frente a las casas de electrodomésticos, para canalizar la misma pasión que se vive en la «fans zone”.

Sin entradas, en las zonas liberadas por los directores que necesitan otro tipo de torcedores, encontramos recicladores en busca de televisores para alentar a la verdeamarelha, adentro o afuera de la favela, en cada partido, «aunque cerca del estadio lo tenemos prohibido”.

Por cartonear sobre el área FIFA, Santiago cayó preso en pleno Mundial. Y aún así, está

Pues al igual que los vendedores callejeros, los «chatarreros” tampoco pueden cruzar las barreras que la FIFA impone en sus fronteras. ¿Cómo es eso? Pregúntenle a Santiago, que estuvo dos días preso: «La única vez que intenté acercarme a un partido, me llevaron detenido” .

Acto seguido, suelta un insulto sincero y nos aclara que es brasilero: «Vamos a ganarles la final 2 a 0”. No obstante, marcando una mirada mucho más distante, Osmar destaca que saca sólo 20 reales por 24 horas de trabajo y que entonces el Mundial le importa un carajo, aunque lo organice Brasil: «Por mí, que lo jueguen en Costa de Marfil” .

Wilson empuja el carro 24 horas por día,

Porque, claramente, no para toda la gente significa lo mismo una Copa del Mundo, pero Wilson no duda un solo segundo en afirmar que estaba esperando la inauguración, «desde el día de la designación”.

Osmar:

Ahí nomás, Osmar saca pecho. Wilson le recuerda que él tampoco tiene techo. Y José planta su posición, en medio de la discusión: «A mí no me importa lo que pase con el Mundial aquí, porque al Mundial no le importa lo que me pase a mí”. Todas esas miradas diferentes, entre laburantes comunes y corrientes, reafirman al fútbol como una contradicción histórica y un fenómeno complejo, que excede una posición teórica o la habilidad de un pendejo, para forzarnos a encontrarnos, con o sin plata, en la locura y en la cordura: el fútbol es otra pata de la cultura.



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