25/04/2018

Solange y la perversa eficacia del sistema

Pasó más de una semana del asesinato de Solange Altamirano, una joven de 17 años del barrio José C. Paz (en la localidad de Cuartel V, Partido de Moreno) y las circunstancias del hecho y su desenlace, sumado al contexto regional, desaparecieron de los principales medios de comunicación e incluso de los portavoces noticiosos locales. Una noticia más, un crimen más. Una vida menos de una barriada popular del conurbano, en manos un sistema perverso que arroja sus crueles garras para sostener no solo el estado de cosas sino para profundizar la desigualdad, el hambre y la miseria para evitar cualquier tipo de transformación posible, donde la organización popular, sea la protagonista. Por Joaquín, comunicador popular-militante anti represivo y vecino de la localidad, para El Roble.

 

 

 

Los hechos o la inevitabilidad del espanto

La muerte de esta chica se da en un contexto en el se conjugan muchas tramas y se deslizan distintas realidades que hacen al actual estado de situación en esta localidad: avance del narcotráfico, connivencia policial en una tierra donde la falta de acceso a derechos básicos es la norma, inexistencia de políticas estatales para mejorar las condiciones de vida de sus pobladores dejando sus “obligaciones” de lado, para que las organizaciones territoriales se encuentren con una demanda social que no pueden sostener. De esa forma, trazando un contexto de lo que sucede hace años en Cuartel V y la necesaria “integralidad” para analizar el asunto es que se propone desmenuzar no solo el análisis noticioso del hecho puntual (el asesinato de Solange) sino también conocer el desenlace de una comunidad que solo resiste, gracias a la voluntad de sus expresiones organizativas.

El lunes 9 de abril por la mañana, Crónica Tv es el encargado de disparar el suceso. Solange Altamirano, una joven de 17 años de barrio José C. Paz (en la localidad morenense de Cuartel V) fue alcanzada el domingo a la mañana, por una bala que supuestamente fue disparada por otro joven, Kevin Leites, en el marco de una “supuesta” disputa territorial de bandas dedicadas al narco-menudeo. Supuesto, tanto el implicado y el contexto, porque fueron la primera piedra arrojada por los pecadores de la información y la comunicación, repetida por portales noticiosos webs y otros espacios mediáticos, que en lugar de hilar fino e ir al territorio en cuestión, deciden (re) producir lo ya construido.

Si, la familia y varixs vecinxs denunciaban la existencia de un “kiosquito” de venta de droga en esa calle del barrio (Pampa al 7400 entre Sargento Cabral y Alejandro Yersin) como también la inacción del Estado, que obviamente y como en casi todos los casos, oficiaba su presencia en escudos policiales (protegiendo la supuesta casa del “transa” para que lxs vecinxs no la prendan fuego) y en ambulancias que llegaban tarde para salvaguardar una vida que encontraría su ocaso en el Hospital Sanguinetti de Pilar.

La seguidilla de noticias que continuaron el caso, encontraron su desenlace en la tarde del mismo lunes: Kevin Leites, fue arrestado en un barrio (cuyo nombre no trascendió) de Moreno por personal de la Comisaría Cuarta, con el apoyo de la Dirección de Investigaciones Local y los Grupos Tácticos Operativos de todas las comisarías del distrito. Caso cerrado, cual desenlace clásico de policial de siglo 19.

Tremendismo y resultados efectistas. Punitivismo al palo. Y así seguiremos hasta que el espanto y el morbo nos encuentren ante otro asesinato, otro femicidio, otro cuerpo por corromper desde el discurso y las voces autorizadas.

Un discurso que se repite en cada medio establecido o hegemónico en esta eterna batalla de sentido que siempre tiene a los pobres como sujetos hacedores de un “devenir miserable”. Un discurso que nos muestra “los horrores de vivir en los márgenes” y la gracia de verlo desde fuera, como si la caja no tan boba fuera ese muro excluyente característico de los barrios cerrados. La gracia de volverlo ajeno, para quien lo observa desde seguras barreras ideológicas y de clase, protegidas con el voto hacia el candidato que promete seguridad y mano dura. Noticia, en la que nosotrxs también estamos espantados, no solo por ese “relato” que se cuenta, sino también por vivirlo en el cotidiano.

La televisión se convierte en una especie de coliseo romano, lxs pobrxs nos matamos entre pobrxs, por migajas de “poder”. Mientras por arriba se festeja el genocidio generacional mediante el circo y la pantomima, que según quien gobierne, va reconfigurándose de acuerdo a las necesidades del modelo de acumulación de la etapa. Espantadxs dijimos hace un momento, pero no sorprendidxs.

Para muestra basta un botón

Cuartel V, localidad en la que además vivo, podría ser desde la perspectiva de un estudio sociológico una pequeña porción para analizar la totalidad del asunto. Cualquier barrio popular del conurbano bonaerense serviría para tales fines, pero no es intención de quien escribe indagar sobre sucesos ajenos sin tener datos exactos o comprobables, lo que no se da en nuestro caso. Al haber crecido en este territorio y seguir viviendo en él, lo que en este artículo expresa, su autor lo conoce de primera mano. A las pruebas me remitiré y podrán ustedes lectores sacar sus propias conclusiones, recorriendo con sus propios pies las calles de los barrios que la integran para darse una pequeña idea de las consecuencias de un modelo de hambre y miseria. Modelo por demás, sin color y sin sabor, vale aclarar

En mi barrio (Alem), hace unos años, asesinaron a balazos a un supuesto “narco” que vivía en uno de los límites del mismo. Estaba escapándose con su hija en una camioneta y unos jóvenes sicarios los interceptaron en la puerta de la casa y los acribillaron. El año pasado, en el ensayo de una comparsa del barrio Namuncurá, dos bandas de “soldaditos” se enfrentaron a tiro limpio por el territorio y por quién debía sostener la venta en la zona. Hace pocos meses, también en Alem, le tirotearon la casa a una transa que todxs conocemos como “La Rubia” como parte de una amenaza para que ceda el “negocio” a lxs del otro barrio (Máximo). Antes le habían robado la moto y asesinado a su perro como advertencia. Una “transa” de cinco que hay en este pequeño territorio que lleva el nombre del fundador de la Unión Cívica Radical, que como mucho debe tener 1000 habitantes. Ellxs son “La Romí”, “Karina”, “El Rubio”, “El Portero”. No hay tanta ciencia en descubrir los lugares donde viven, ya que con la simple mirada hacia los precarios tendidos de cable, las “yantas” colgantes indicarán destino, como las estrellas a los marinerxs perdidxs.

En barrio Milenio, la lógica es la misma como lo es también en barrio Don Sancho, con la sutil diferencia de que la policía participa directamente liberando la zona, protegiendo las casas de venta (con el correspondiente pago semanal o quincenal) y “deteniendo” temporalmente a algún que otro malandrín para “calmar los ánimos” de lxs vecinxs, que de tanto naturalizar y ceder al espanto, viran su pensar hacia posiciones cada vez más reaccionarias.

En nuestros barrios, la policía solo viene a buscar a los muertos. Y ahí está de nuevo el Estado haciendo presencia.

 

“El Estado somos todxs”: devenir de las organizaciones populares (o como el Estado se hace bien el boludo)

En 2014, lxs vecinxs de Sancho y Milenio amanecieron con la noticia de un nuevo enfrentamiento entre soldaditxs, lo que ocasionó una espiral de violencia que parecía interminable: partiendo de un “ajuste de cuentas” que se llevó la vida de un pibe “que no tenía nada que ver con la movida” hasta la posterior “venganza” por parte de lxs vecinxs que derrumbaron a tiros la vivienda del supuesto asesino y que incendiaron la casilla de otro supuesto involucrado. Un desenlace que terminó con la vida de dos pibes más, en esta máquina perversa y asesina. Tal nivel de violencia, interpeló a las organizaciones de la zona (merenderos, centros comunitarios, culturales, clubes de fútbol barrial) para exigirle una respuesta inmediata al entonces intendente y presidente del PJ local, Mariano West. Se conformó pues, un “Consejo de Organizaciones” que circunstancialmente logró que se sostuviera un vínculo a nivel institucional más sistemático (con reuniones periódicas con funcionarios de diversas carteras) que “logró” que arribara la SEDRONAR por estos lares; que se promovieran iniciativas como fútbol callejero (sin Potreros no hay Diez) y que las organizaciones experimentaran sensaciones de unidad ante un escenario de fragmentación política. Pero el devenir de esas organizaciones (atadas políticamente y a nivel material con el aparato pejotista-kirchnerista), saturadas por la demanda social, produjo que se desdibujaran sus objetivos. Mas que organizaciones populares, estas expresiones se transformaron “sin querer”, en gestoras de un Estado que conocía la demanda de antemano (promesas de campaña) además de las respuestas inmediatas que cada organización daba en sus territorios y que aun así dejó librado al azar la resolución de sus problemas.Una jugada muy audaz pero negligente, que apelaba a la desmovilización de estos sectores organizados para tenerlos “comiendo de la mano” al invitándolos a “gestionar” soluciones colectivas.

 

 

 

 

 

¿Una ambulancia o una plaza? Votando derechos para transformarlos en privilegios

De 2012 a 2014, se llevó a cabo una propuesta estatal que desdibujaba una de las iniciativas populares más peleadas por las organizaciones del conurbano (desde una momentánea experiencia de coordinación/movimiento social denominado Movimiento por la Carta Popular) en la primer década del 2000: el Presupuesto Participativo. Una herramienta institucional que contenía en sus letras la idea de promover un vínculo entre Estado y Comunidad desde la máxima de la participación popular: cada barrio, representado en sus organizaciones proponía proyectos que representaban una mejora sustancial en las condiciones de vida de sus poblaciones. El condimento especial en la experiencia morenense era que cada proyecto tenía que ser votado por lxs vecinxs y de esa manera se materializaba aquella iniciativa que era elegida por mayoría. El monto de dinero que contemplaba la propuesta ganadora era tenido en cuenta dentro del presupuesto municipal del año siguiente y se estipulaba su ejecución para la misma fecha.

La última experiencia del PP se llevó a cabo en Cuartel V y se llegaron a presentar más de 10 propuestas. El detalle de los mismos daba cuenta de cómo el estado diluía sus responsabilidades y “cedía” su obligación de garantizar derechos básicos a la supuesta “decisión popular”, que tenía que elegir entre una ambulancia, un jardín o una plaza. La mejor receta para desdibujar la conciencia de clase es confundir a las comunidades con que es su elección acceder a determinados derechos y que depende de su voluntad que eso suceda. A falta de movilización popular ¿qué mejor que engañar al pueblo?

César Méndez

Era el nombre del militante del Movimiento Popular La Dignidad que fue asesinado a fines de 2016 por un grupo narco que disputaba los terrenos que esa organización tomara meses previos para pelear por el derecho a la vivienda. Esto había sucedido en el barrio Los Hornos, uno de los tantos que se construyeron en la última década a fuerza de sudor y de bancar la “toma” desde la organización espontánea y de la posterior “organizada” para darle sustento y propuesta a la cuestión.

Este suceso, develó la trama de complicidades con las fuerzas represivas de la zona, que al igual que los barrios antes mencionados, oficiaban (y continúan haciéndolo) de garantes del “negocio”. Las organizaciones populares de la región (movimientos sociales sobre todo) se movilizaron durante mucho tiempo a la comisaría y se corría el rumor de que habían logrado echar a los transas de esa zona. El intendente (desde 2015) Walter Festa, más otros referentes políticos variopintos se movilizaron en varias ocasiones junto a estos espacios e incluso propusieron formar una mesa de coordinación y trabajo territorial (aparte del Consejo de Organizaciones que ya existía) que nunca se materializó. Lo poco que se logró de avance en la causa y las peleas futuras por otros derechos (jardín de infantes, asfaltos, tendido eléctrico por ejemplo), fue llevado a cabo solo por las organizaciones sociales.

La historia de un mural

En la sede del Club Social y Cultural “Casa 2000” (Barrio Don Sancho) que generalmente desarrollan propuestas ligadas al fútbol y al hockey, hace poco menos de un año se realizó un mural como parte de una jornada colectiva entre diversos espacios comunitarios. El mismo representó en tono colorido a un niño con una pelota y la frase de una canción de la banda Bersuit Vergarabat que manifestaba alentador: “cada jugada que sueño se hace realidad”. A esa imagen se le fueron sumando nombres, muchos nombres, que adornaban los lados del niño que miraba hacia arriba, como vislumbrando una sensación de alegría ante la “redonda” que caía sobre él. Esos nombres, eran de todxs lxs pibxs que “habían caído” producto de los enfrentamientos entre bandas narco o por una bala de la policía. Eran el más crudo retrato de la violencia cotidiana hecho arte para eternizar en la memoria popular de sus amigxs o familias (incluso de su comunidad entera) el recuerdo vivo de aquellxs que no podían estar esa tarde, jugando a la pelota o murgueando en esa pequeña canchita del barrio.

Conclusiones: ¿“bajonearse” o reaccionar?

Todo lo que venimos hablando parte del hecho primero (el reciente asesinato de Solange) y trata de dar un panorama más completo del estado de situación por el que los barrios populares del conurbano se encuentran pasando y no quedarse en la mera observación sin contextualización. Los medios que hablaron del caso, no mencionan los intentos de las organizaciones de la región para repeler este estado de cosas, no visibilizan la cadena de complicidades estatales ni mucho menos denuncian a los “peces gordos” que aprovisionan a los “perejiles” de los barrios para mantener el “negocio” y que justamente no se encuentran en las zonas humildes de estas barriadas. Pero mientras debatimos sobre cómo informar y sobre lo políticamente correcto, nuestrxs hermanxs e hijxs siguen cayendo como moscas por decisión de otrxs que no los vemos, pero que ahí están. Matándonos con un gramo de merca; con la cuchillada del prójimo que cree que va ser más pero que sigue siendo mulo de otro “pez” gordo; con el tiro de gracia de la policía; con la ambulancia que no llega. Incluso, sin saber el destino incierto del chico (porque sí, era un chico) que efectuó el disparo fatal contra Solange y que se entregó a la voracidad de un sistema penal juvenil que tal vez lo encierre en un Centro de Recepción de Menores (dependientes de la Provincia) para molerlo a palos y torturarlo. Matándonos, con la Doctrina Chocobar y la pena de muerte no legalizada, pero sí legitimada por el poder. Matándonos con el discurso que promueve que mi vecinx, es mi enemigo y no un par, un compañero de clase. Matándonos, entre nosotrxs.

La disyuntiva no debería ser esperar a un nuevo gobierno “progresista” que “otorgue derechos”; tampoco señalar una grieta inexistente entre el “ellos” (los “drogones, vagos y chorritos”) y “nosotrxs” (“los laburantes, honestos y personas de bien, inocentes”) y menos que menos el de los discursos fachistizantes de la vuelta al servicio militar o el de “que los hagan mierda a todxs”.

La disyuntiva debería ser a lo mejor el de la organización popular ante la desidia. El de la solidaridad o el de la promoción del abandono.

La disyuntiva quizás, debería ser como aquella que se plantearon hace algún tiempo unas valientes mujeres del barrio de Casasco (en Moreno Sur) que enfrentaron solitas a los transas del barrio y los policías, que soportaron las balas de ambos y que aún así, no cedieron ante la amenaza constante y la imposición del miedo. El método fue simple pero valiente: prender fuego los “kiosquitos” de venta de droga. La consigna fue clara: eran sus hijxs o ellos. A lo mejor, deberíamos hacer eso.

Prender fuego todo hasta que arda la memoria. El “kiosquito”, la comisaría y el municipio.

Por nuestros pibes. Por nuestros derechos. Por nuestra vida.



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